La acusación. Cuentos prohibidos de Corea del Norte de Bandi.
- Andrés Gómez Quevedo
- 13 abr 2022
- 3 Min. de lectura
«En el año 2013 un escritor norcoreano —que se oculta bajo el seudónimo de Bandi y del que poco se sabe— consiguió sacar fuera de su país un manuscrito que contenía unos cuentos que había escondido durante años. Poco después se publicaría en Seúl un libro con esos relatos, La acusación, un contundente retrato de la vida cotidiana en Corea del Norte». Sinopsis del libro.
«Aquel viejo barbudo europeo proclamó que el capitalismo es un mundo de oscuridad mientras que el comunismo es un mundo de luz. Yo, la Luciérnaga,[**] que vivo en el mundo de la luz, estoy destinado a brillar en el mundo de la oscuridad y denuncio que esta luz es, en realidad, una noche sin luna, negra como un río de tinta surcando el fondo de la tierra».
Prefacio del libro escrito por el autor.
Tiene lógica que estas narraciones tan realistas e iconoclastas, fruto del silencio obligatorio de un pueblo, del hermetismo oficialista de su régimen totalitario, del abuso de poder y los horrores a los que se han visto sometidos los norcoreanos, estén prohibidos en ese país que aún se rige por normas que parecen copiadas de los antiguos egipcios, obligados a adorar a un Dios-Faraón, aquí Gran Líder, por encima de todo un pueblo adoctrinado, sometido, motivado a punta de pistola y en el fondo de un hueco lleno de las dos principales formas de la miseria: la material y la espiritual.
En todo momento del libro queda claro que Corea del Norte es un país-cárcel, una distopía hecha realidad.
En el cuento La capital del infierno, a mitad del libro, el personaje principal, la señora Oh, narra una historia que da título al cuento y que, a mi juicio, resume a la perfección la esencia de todo este compendio de narraciones que conforman La acusación:
«Érase una vez una colina cercada por diez hileras de vallas. Dentro vivía un brujo rodeado de miles de esclavos. Pero la cosa más sorprendente era que tras las diez hileras de vallas no se oía nada más que risas. Se oían las risas fuese otoño, invierno, primavera o verano. Y eso sucedía porque el viejo brujo tenía hechizados a sus esclavos. ¿Y por qué los tenía hechizados de tal forma? Porque quería ocultar que los estaba maltratando y engañar de este modo a la gente que vivía fuera de la colina y hacerles creer que en aquel lugar todo el mundo era feliz. Había ordenado construir diez hileras de vallas para que nadie procedente de los pueblos vecinos pudiese entrar y ver lo que pasaba. Piénsalo. Cuando la gente que vivía en la colina se hacía daño o estaba triste y lloraba, lo que salía de su boca eran grandes carcajadas. ¿Cómo era posible que existiese una magia tan cruel, una colina tan terrorífica?
Sin darse cuenta, la señora Oh empezó a sollozar. Su intención había sido contar una historia para olvidarse de todo, pero había sido inútil. Era muy tarde y los altavoces bramaban de nuevo con otra historia de “sonrisas de la felicidad”. Eso le dio a la señora Oh más ideas para nuevos cuentos».
Este libro merece una reseña extensa y detallada, ya que tiene mucha tela por dónde cortar y un espeluznante paralelismo con la realidad del resto de los países que viven bajo una dictadura comunista.
Entre las páginas de La Acusación encontraremos a la mujer que no quiere parir bajo ese régimen para ahorrarle sufrimientos a su primogénito; a los que deciden emigrar para huir del comunismo y de sus abusos; al niño que ve en la cara gigante de Karlos Marx al Obi, que es en norcorea el Hombre del saco o el Coco; al hijo que no puede ir a ver su madre moribunda por culpa de maniobras militares y dictámenes absurdos; a los mayores llenos de medallas pero muertos de hambre y traicionados por el sistema. Todo contado con mucha sencillez, pues claro, el autor —o autora, que no se sabe— de seguro no tuvo acceso a manuales de técnicas narrativas, aunque debo recalcar que se trata de un/a gran narrador/a, y que en muchos momentos alcanza un lirismo que está relacionado con la oralidad asiática, tan conectada a la naturaleza, a lo bucólico y a las mitologías.
«Nada en el mundo es comparable a la decepción y al remordimiento que supone tomar conciencia de que todas las esperanzas y convicciones (…) no son nada más que un espejismo».
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