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¿Es Meursault el único no-indiferente?













¿Es Mersault el único no-indiferente?




Introducción:

Abordamos esta monografía con la pregunta que le da título. ¿Es el único no-indiferente?


L'étranger debería de llamarse L'homme vital. Pues si hay un rasgo que lo define es la importancia que le da a lo vital. Pareciera ser un personaje de Rousseau que ha encontrado el estado de naturaleza, que se guía por sus necesidades biológicas y todo lo de la sociedad le resulta al parecer ajeno, aunque veremos que él se preocupa y mucho por las convenciones sociales.

Notaremos que, en definitiva, Meursault, se acomoda a la sociedad y en sus interacciones interpersonales es libre de cualquier atadura que esté por fuera de lo vital, de lo que realmente importa.

Para todo esto, analizaremos la obra, El extranjero, tanto para responder a la pregunta inicial, y otras reflexiones que surjan a medida avancemos cronológicamente con el texto.



Primera parte, en libertad


Ya de por sí el telegrama ni bien se abre el texto, es frío, indiferente. Ese escueto “entierro mañana” podría ser más suave. Su jefe no le da las condolencias, se molesta por los días libres. Cuando toma el autobús, a una pregunta responde lo necesario, no parece tener ganas de hablar. ¿Es por la madre? ¿O simplemente no tiene ganas de hablar?

Después, al llegar al asilo, lo primero que quiere es ver a su madre, pero le dicen que no. ¿No muestra esto su deferencia?


El director del asilo le habla sobre la madre y que se aburría con él, y parece ser indiferente de lo que debe sentir o querer escuchar Meursault. Tan indiferente es, que le da una conversación que para alguien que acaba de perder a su madre, es inadecuada: “La hemos llevado a nuestro pequeño depósito. Para no impresionar a los otros. Cada vez que un pensionista muere, los otros se sienten nerviosos durante dos o tres días. Y dificulta el servicio” (Camus, 1942, p.10). Nos preguntamos, ¿qué le importa a alguien que perdió a un familiar estos detalles que solo atañen a la tranquilidad del director para sí y sus pensionistas? Afirmamos que está fuera de lugar.


Un detalle a tener en cuenta para más adelante, su madre nunca le importó la religión mientras vivió, pero pidió ser enterrada religiosamente.


Cuando conoce al portero, se maravilla de sus ojos. Si hay algo que aprecia Meursault es la belleza. Veremos en qué cosas valora la belleza.

El portero también es indiferente. Momentos antes de velar a su madre, le conversa toda su historia. Nadie parece darse cuenta de lo que necesita el protagonista.

Lo invita “al refectorio para cenar. Pero no tenía hambre” (Camus, 1942, p.13). A lo largo de toda la novela, Meursault siempre siente hambre y la satisface de inmediato. Hace rato que está sin comer, pero tiene el estómago cerrado. ¿No es esto un indicio de que la muerte de su madre lo ha afectado? Para nosotros lo es.

Quiere fumar, pero por su madre no lo hace. Reflexiona “La temperatura era agradable, el café me había recalentado y por la puerta abierta entraba el aroma de la noche y de las flores” (Camus, 1942, p. 14). Meursault es un hombre, como hemos dicho, vital, reflexiona en torno a estas cosas de la naturaleza. y es en lo único que parece sentir goce, en los pequeños detalles de la naturaleza.

Aunque no tiene mucho que ver con nuestra monografía, cuando los amigos de su madre van a velarla junto con él, Meursault siente que están allí para juzgarlo, detalle que sin duda nos hace pensar en que hacia el final de la novela será juzgado justamente por ese momento. Albert Camus, como buen escritor, va dejando huellas de lo que va a hacer.

Se cansa de escuchar llorar a una señora, lo pone mal, y en cierto momento siente que la “muerta” no es nada para ellos, pero aduce que seguro es una impresión falsa. Pero, todos esos viejos ensimismados, que nunca le dirigen la palabra, ¿no son acaso también indiferentes? Afirmamos que lo son.


La hora más difícil para él, es en la cual se tiene que despertar para ir a trabajar. Esto afirma, y nos demuestra que sí es humano. Suele decirse que no siente nada, que es indiferente, ¿entonces por qué levantarse para ir al trabajo le cuesta como a todos los mortales?

Pérez, el “novio” de su mamá, tampoco le dirige la palabra. Y hasta abandona el féretro cortando camino por el campo, que puede ser o frialdad, o recuerdos de los paseos que tenía con la madre de Meursault. Lo dejamos en una incógnita.

Antes de ponerse en marcha, observa el paisaje y reflexiona “Hoy, el sol desbordante que hacía estremecer el paisaje, lo tornaba inhumano y deprimente”. Sin dudas, viendo un hermoso paisaje, siente que ante la muerte de la madre, es una belleza que deshumaniza, puesto que el sol hace precioso un lugar en el cual su madre ha muerto, sin que al sol le importe esto. El mundo sigue girando después del día en que te morís. Hasta el sol es indiferente, la naturaleza es indiferente. Y estos pensamientos de Meursault, nos siguen respondiendo la pregunta que planteamos al principio. Durante la marcha al lugar de entierro, y en él, los pensamientos del personaje son oscuros, hasta asemeja un color de un objeto con la sangre.


Pasamos al segundo capítulo.

Reflexiona en torno al patrón y al darse cuenta de su molestia dice “Por supuesto, esto no me impide comprender a mi patrón”. En vez de pensar en su madre, está pensando en lo que le molesta a su patrón. Esto es lo que planteamos casi al principio, que no es ajeno a las convenciones sociales. Se pone en el lugar de su patrón y aunque no lo ata su molestia, esto no le impide entenderlo. ¿Es tan extranjero como dicen todos? Al parecer no.

Ve a María, después de mucho tiempo, y admite que sintió deseo (hombre vital) por ella en otro momento. Salen juntos y van al cine y él le cuenta lo de su madre. Ella no dice nada, y luego ríe en la película. ¿Es también María indiferente? Sí, y lo iremos demostrando.


A Meursault no le gustan los domingos, pero en este en particular no tiene ganas de hacer nada, afirmamos que el desánimo no se debe solo al día que es, sino por su pérdida, y no quiere ser preguntado en el restó del Celeste. No le gusta, ¿a quién le gustaría? Cuando perdemos a un ser querido, lo menos que queremos es que nos hagan preguntas. Más adelante, cuando lo interroguen por el crimen que cometió, no le molestará responder, salvo cuando le hagan repetir las respuestas una y otra vez. Así que no es que no le gusten las preguntas en sí.

“Recorté un aviso de las sales Kruschen y lo pegué en un cuaderno viejo donde pongo las cosas que me divierten de los periódicos” (Camus, 1942, p.30). Aunque lo hace solo por “hacer algo” demuestra que él también sabe divertirse. El procurador que lo acusa dice que no tiene corazón, ¿qué ser sin corazón se divierte con avisos?


En el tercer capítulo de la primera parte, tenemos sobre la interacción con su jefe: “Me preguntó si no estaba demasiado cansado y quiso saber también la edad de mamá. Dije ´alrededor de los sesenta´ para no equivocarme y no sé por qué pareció quedar aliviado y considerar que era un asunto concluido” (Camus, 1942, p. 35). Lo que se desprende de esta cita son dos cosas, la primera y no sé si la más importante, es que Meursault no quiere faltar el respeto a su difunta madre diciendo una edad que no es, y segundo, el jefe parece haber llegado a la conclusión de que era vieja y por ende no había tanto que lamentar. Su jefe también es indiferente.


En las página subsiguientes, vemos a Salamano, que golpea sin piedad a su perro (indiferencia hacia el dolor animal, vemos reflejado aquí el maltrato animal, sin contar que tiene sarna y no lo cura) y él también tiene costras (indiferencia hacia la propia imagen) y luego vemos a Raimundo, que tiene su habitación sucia y la cama deshecha (indiferencia por el orden y la pulcritud). Raimundo habla con el personaje, y le pregunta dos veces si quiere que sean camaradas. A Meursault le da igual, dice no tener nada por lo cual no hablarle, y se ahorra preparar la cena. Se convierten en camaradas. A Raimundo parece importarle poco la falta de interés que demuestra Meursault. Pero no nos confundamos, Meursault no es un extranjero porque le sea indiferente ser el camarada del “guardalmacén”; de lo que es extranjero es de la falta de vitalidad de una unión entre hombres que nada le dice, ni nada lo justifica.

En lo único que pueden ser camaradas es en lo siguiente: “Me explicó entonces que se había enterado de la muerte de mamá pero que era una cosa que debía llegar un día u otro. Era lo que yo pensaba” (Camus, 1942,p. 45). Sí, están de acuerdo en esto, pero sabiendo Raimundo esto, ¿por qué le habló de otra cosa? ¿Para entretenerlo y hacerlo pensar en otra cosa? O, más bien, ¿para que le haga un favor? Le habla porque quiere un favor, lo de la madre lo trae sin cuidado. Tal vez el único criminal de la novela, es el único que es considerado inocente. En este mundo que nos plantea la novela (el mundo de esta novela) parece que aquel que golpea a su mujer merece más vivir que alguien que no llora a su madre. Pero a lo largo de toda la novela, veremos que todos son unos criminales de la vitalidad. Por ejemplo, Raimundo, pegándole a una mujer, va en contra de la vitalidad de la libertad. A una mujer no se le pega, tampoco a un hombre.


Ya en el capítulo IV vuelve a aparecer María, que le pregunta si la ama, y él le dice que no tiene importancia. Claro, para Meursault, como hombre vital que es, lo único que importa es el deseo, ella parece alicaída, pero después se le pasa y ríe. Tal vez Meursault, si hubiese seguido viviendo, la habría amado, al casarse, pero por el momento lo único que siente es deseo. ¿Es un extranjero, o es honesto? Muchas veces solo sentimos deseo y nos atrevemos a decir que a veces confundimos deseo con amor, o deseo con obsesión y acostumbramiento, y a esto lo llamamos amor, Meursault no se miente a sí mismo ni a los demás, sabe muy bien lo que siente. María parece enamorada, y es ella la extranjera de ilusionarse ante un hombre que le dice que no tiene importancia.

Más adelante tenemos lo siguiente: “María y yo concluimos de preparar el almuerzo. Pero ella no tenía hambre; yo comí casi todo” (Camus, 1942, p. 51). Debido al suceso violento, María parece ser interpelada como mujer a sentirse mal porque una de su género haya sido golpeada, y se le cierra el estómago; a Meursault no, porque tiene hambre y ese hecho no le importa, sin dejar de tener en cuenta que creía que Raimundo tal vez tenía razón en querer castigarla, aunque no sabía que lo haría a golpes, puesto que había dicho que haría otra cosa. El asunto es que puede comer, porque eso no le compete, pero sí que no pudo comer por su madre. Lo que encontramos más irónico, es que más adelante María acepte ir a la casa del amigo de la persona que le hizo cerrarse el estómago, ¿indiferencia? Por supuesto. No podemos evitar repetir esta palabra hasta el hartazgo.


Luego de que María se va, hablan los dos, y Meursault concluye que es un momento agradable. ¿Disfruta la compañía? Sí. Y aunque le da igual ser testigo, lo hará.

Al volver al edificio, Salamano ha perdido a su perro, Meursault intenta ayudarlo, aconsejándolo, y llegamos a lo siguiente: “Cerró la puerta. Lo oí ir y venir. La cama crujió. Y por el extraño y leve ruido que atravesó el tabique, comprendí que lloraba. No sé por qué pensé en mamá. Pero tenía que levantarme temprano al día siguiente. No tenía hambre y me acosté sin cenar” (Camus, 1942, p. 54). ¿No vemos acaso que no puede comer cuando piensa en su madre o escucha llorar? Y Salamano, que maltrató siempre al perro, ¿no es acaso un hombre que hasta que no pierde lo que tiene no sabe lo que quiere? ¿Quién es el extranjero de sí mismo, Meursault, o Salamano y todos los demás? Todos los demás.


En el capítulo V, una página adelante, vemos que él considera su vida agradable, y le da igual otro tipo de vida en París. Esto no demuestra que sea indiferente, él es muy consciente de que un cambio de lugar no le cambiará la vida y su forma de llevarla (o sobrellevarla).

Veamos: “´¿No quieres saber qué tengo que hacer´?’. Quería de veras saberlo, pero no había pensado en ello, y era lo que parecía reprocharme. Se echó a reír ante mi aspecto cohibido y se acercó con todo el cuerpo para ofrecerme la boca” (Camus, 1942, p. 58). Él tenía interés, pero no lo pensó. María parece querer que ella le importe, y se toma de lo más normal su falta de preguntas y su aspecto cohibido, puesto que ríe. Olvida rápido. No es que Meursault no se interese por las cosas, es solo que es tan práctico y, lo repetimos, vital, que ni siquiera piensa en eso.

Antes le ofrece casarse, ella quiere casarse sin ser amada, ¿no es indiferente acaso de Meursault y sus deseos? Ella no parece notar nada, solo quiere hacer lo que ella quiere hacer. Meursault no ve nada de malo en casarse y accede.


Hacia el final del capítulo vemos a Salamano diciendo que sabe que el protagonista quería a su madre. Pero él no se siente desdichado, se lo toma de lo más natural.


En el capítulo VI van hacia la casa de playa que sería fatal para la historia, sus playas. Meursault no deja de decirle a María que está hermosa. Piensa por primera vez en que se va a casar. “Nos alejamos con María y nos sentimos unidos en nuestros movimientos y en nuestra satisfacción” (Camus, 1942, p. 67), otra muestra de sentimientos en el aparente frío protagonista.

Luego, Masson, el amigo de Raimundo, conjunto a él y Meursault, salen a pasear por la playa y ven a los árabes. Se pelean. Meursault ya se siente amodorrado por el sol, como ofuscado.

Luego salen Raimundo y el protagonista, y ven a los dos árabes, en una roca, y Raimundo le pregunta si tumba a uno de ellos, Meursault decide decirle algo más que no, para que no haga nada. Esto demuestra que teme que Raimundo los lastime o los mate. Meursault no siente ningún deseo de dañar a nadie.

Luego sale solo, por ir a ver el manantial, y se encuentra con el árabe del cuchillo. El sol lo tiene confundido, se está insolando, y le duele la cabeza. Cuando ve resplandecer el cuchillo, decide disparar, y luego dispara más veces, tal vez para cerciorarse de matarlo. ¿Lo hace en defensa propia? Se puede decir, o entendemos, que el efecto del sol, la amenaza, no lo hacen pensar claramente. Como hemos dicho, antes no tenía ningún deseo de matar, y cuando lo hace, tampoco tiene el deseo de hacerlo, actúa casi como un autómata por lo que sus impulsos vitales lo obligan a hacer.


Para concluir con las reflexiones y los detalles de la primera parte, podemos decir que hemos visto la indiferencia que tienen todos los personajes, excepto Meursault. Todos, de un modo u otro, demuestran que son indiferentes en muchos aspectos. Llegaremos a una conclusión más general, al final del presente trabajo.



Segunda parte, convicto


Tal vez debamos adentrarnos en más detalles que en la sección anterior, sobre todo porque está pleno de contenido, y el absurdismo que ya se respira desde las primeras páginas, acá alcanza su punto culmine.

Después de hablar con el juez de instrucción, dice: “Me pareció muy razonable y simpático en resumen, a pesar de algunos tics nerviosos que le estiraban la boca. Cuando salí, hasta iba a tenderle la mano, pero recordé a tiempo que había matado a un hombre” (Camus, 1942, p. 82). Vuelve a demostrar que tiene en cuenta las convenciones sociales, su parte de satisfacer lo vital, que es tenderle la mano porque lo encuentra de su agrado, se ve eclipsado por el hecho de saberse culpable. En ningún momento ignora Meursault que ha cometido un crimen.

Después tenemos su primera conversación con el abogado que le dice “Vamos al grano” (Camus, 1942, p. 83). Al parecer el hecho de que haya matado a un hombre solo le parece correcto decir, “vayamos al grano”, como si no importase nada que había un hombre muerto. El abogado le pregunta si sintió pena el día del velatorio de la madre, y él le responde que ha perdido la costumbre de interrogarse a sí mismo, y que no lo sabe. Y añade luego: “Le expliqué que tenía una naturaleza que las necesidades físicas alteraban a menudo mis sentimientos. El día del entierro de mamá estaba muy cansado y tenía sueño, de manera que no me di cuenta de lo que pasaba. Lo que podía afirmar con seguridad es que prefería que mamá no hubiese muerto” (Camus, 1942, p. 84). Acá él mismo lo dice, sus sentimientos se ven afectados por sus necesidades físicas, ¿no es un hombre en estado de naturaleza? ¿Acaso no dice que no quería que su mamá muriese? Sin embargo al abogado esta afirmación no le parece suficiente. No quiere decir cosas falsas, Meursault, como ya hemos visto, es muy honesto. Tan honesto que muere. Tal vez la persona más honesta de toda la novela, honesta consigo misma y con los demás, no como Salamano que maltrataba a su perro y después llora, o Raimundo que abofetea a una mujer y no se siente arrepentido; tal vez la persona más honesta recibe la pena capital, cuando no se la merece por nada del mundo, ni siquiera por el asesinato, si es que solo fuese juzgado por eso, cosa que no sucede. Dice Meursault, ante la contrariedad hacia él del abogado, “Sentí deseos de asegurarle que yo era como todo el mundo, absolutamente como todo el mundo. Pero todo eso en el fondo no tenía gran utilidad y renuncié por pereza.” (Camus, 1942, p. 85) ¿Lo vemos en este pasaje? Desea una mejor relación interpersonal, como siempre, pero renuncia por sus impulsos vitales (otra palabra clave que repetimos y repetiremos mucho). Y su honestidad sigue condenándolo, cuando se rehúsa a decir que confía en Dios y que va a volver a sus brazos.


El segundo capítulo es muy interesante.

Primero vemos los primeros esbozos de pasarlo en una cárcel, y cómo le gusta ver el mar desde su celda.


Llega el día de la visita de María, “La encontré muy bella, pero no supe decírselo” (Camus, 1942, p. 95). Se cohíbe. Ella sonríe y le dice que van a casarse y volver a bañarse. Al parecer, que su prometido haya sido un asesino no le importa en absoluto. Sonríe como si no hubiese pasado nada. Él se vuelve para mirarla antes de salir, gesto humano, de querer ver lo más que se pueda a alguien. Hasta dice que quería charlar con ella, pese a que le molestaban los ruidos. María lo hace feliz. No es indiferente de esa visita. Pero acá podemos concluir, que María es sin duda una persona extranjera. Quiere casarse con un asesino, que le dijo que no tenía importancia, ni casarse, ni el amor. ¿Está un poco trastornada? Lo pareciera, es absurdo.


Más adelante, mientras Meursault reflexiona sobre el acostumbramiento de estar en una celda, dice que su madre decía que uno se acostumbra a todo. No hemos podido ver nada de la madre, pero acá notamos que hasta ella es absurda, llora porque va a ir un asilo, cuando se aburre con su hijo, cuando siempre tenía la letanía de que uno se acostumbra a todo. Si decía eso, ¿por qué lloró por ir al asilo? Tal vez, cuando nos acostumbramos mucho a una vida, por más que sepamos que nos acostumbraremos a otra, no queremos el cambio. Pero Meursault, cuando le ofrecen ir a París, sabe que se acostumbrará, y por ende sabe que no significará ningún cambio, y es consciente de ello, por eso no le gusta ni le disgusta, como casarse tampoco le cambiará nada. Nada puede cambiar a Meursault, porque él acepta acostumbrarse a todo, siempre y cuando pueda satisfacer sus deseos naturales.


Y esto es lo que lo carcome al principio de su estadía en la cárcel. Bañarse en el mar, las mujeres. Admite que el castigo está justamente en estar privado de mujeres. Otra cosa a la que tiene que acostumbrarse es a la falta de cigarrillos, hasta que se acostumbra, la nicotina ya no recorre su cuerpo, y no lo necesita. Para pasarlo bien en la cárcel se dedica a recordar. Como dice, una reflexión tan interesante y que nos interpela: “Comprendí entonces que un hombre que no hubiera vivido más que un solo día podía vivir fácilmente cien años en una cárcel. Tendría bastantes recuerdos para no aburrirse. En cierto sentido era una ventaja” (Camus, 1942, p. 102). ¿Recordaríamos, si tuviéramos solo un día de vida en el mundo libre, miles de detalles para cien años? Puede ser. Esta reflexión a la que llega Meursault, no solo nos demuestra que no es un extranjero de los sentimientos, sino que es inteligente, como ha demostrado en contadas ocasiones., por ejemplo a la hora de hacer la carta para Raimundo.

Vive en vigilia seis horas, come, hace sus necesidades naturales, recuerda, y mira el mismo relato periodístico. Sobre éste reflexiona: “Por un lado era inverosímil; por otro era natural. De todos modos, me parecía que el viajero lo había merecido en parte y que nunca se debe jugar” (Camus, 1942, p. 103). Su vida en la cárcel se ajusta al tipo de vida que un tipo tan cabal e independiente puede vivir, tiene todo lo que necesita, todo lo más vital, salvo ir al mar. Y concluye que no se debe jugar. No se refiere a que no hay que jugar juegos, ya vimos que recorta cosas divertidas y las pega en un cuaderno, se refiere a jugar con la gente, a engañarlas, a hacerles bromas; porque puede traer consecuencias, equívocos. Y si hay algo que no define a Meursault en sus interacciones, son los equívocos. Los que pueden adjetivarse así son todos los otros personajes, Salamano maltratando a un perro que luego extrañará, María amando a un hombre que le dice que no tiene importancia si la ama, todos se equivocan en su trato con las personas.


En el capítulo III después de saber cómo es su vida en la cárcel, es llevado por su juicio a comparecer, y dice: “Me preguntó poco después si estaba nervioso. Respondí que no. Y aun, en cierto sentido, me interesaba ver un proceso. No había tenido nunca ocasión de hacerlo en mi vida” (Camus, 1942, p. 106). Como bien dice de un único día de vida para cien años de cárcel, el proceso le dará más para recordar y, sobre todo, cosas nuevas. Cuando está a punto de empezar su proceso, sucede lo siguiente: “Los periodistas tenían ya la estilográfica en la mano. Aparentaban todos el mismo aire indiferente y un poco zumbón. Sin embargo, uno de ellos, mucho más joven, vestido de franela gris con corbata azul, había dejado la estilográfica delante de sí y me miraba. En su rostro un poco asimétrico no veía más que los dos ojos, muy claros, que me examinaban atentamente, sin expresar nada definible. Y tuve la singular impresión de ser mirado por mí mismo” (Camus, 1942, p. 109). Primero, pero no tan importante de este singular pasaje, y único, es que los periodistas también son indiferentes de lo que sucede. Segundo, “la singular impresión de ser mirado por mí mismo”, un hombre que lo mira sin expresar nada definible, ¿es su igual? ¿Acaso el extranjero, en este mundo de absurdos, ha encontrado un semejante? ¿Será también un hombre vital que sabe leer en Meursault que está frente a un igual? Puede ser. Quizás Camus quiso que nuestro personaje, casi al final de su crónica, no esté tan solo en este mundo tragicómico de la novela, pero podría decirse mundo de la realidad, ya que se le asemeja mucho. Durante el interrogatorio, ve que ese periodista y la mujer que él considera autómata, que la conoció en el restó de Celeste, lo miran sin abanicarse. ¿Esa mujer autómata, eficaz, práctica, que él siguió porque algo le llamó la atención, era otro igual en femenino? ¿Tenía Meursault sus equivalentes en los dos géneros? ¿Es esto lo que nos quiere decir Camus? ¿Qué la mujer autómata debería de ser su María? ¿Y el periodista joven su Raimundo? Puede ser.

Luego empieza el momento de los testigos. y el presidente empieza. El procurador ante lo que dice el director del asilo dice que no tiene nada que preguntar, y Meursault reflexiona: “por primera vez desde hacía muchos años tuve un estúpido deseo de llorar porque sentí cuánto me detestaba toda esa gente” (Camus, 1942, p. 114). No llora por su madre porque le parece natural, y aunque sí siente la angustia (recordemos que se le cerró el estómago dos veces por su madre) ahora tiene ganas de llorar por algo que realmente da motivos, que es ser detestado por las personas ante las que comparecés, como si fueses el bicho Kafkiano. Así se siente él.

Comprende que es culpable cuando habla el portero. El abogado parece darse cuenta de lo absurdo que es el proceso. En el cual se lo juzga por su comportamiento con respecto a la madre. Para resumir todo el proceso, se puede decir que es la primera vez que Meursault quiere besar a un hombre, es decir a Celeste, por cómo lo miró; también, y lo inútil que son todos los demás testigos a la hora de defenderlo, sobre todo María.


El anteúltimo capítulo, es breve, y está bien. En una parte que habla el procurador, Meursault nos dice: “y, por fin, el retorno con María. Necesité tiempo para comprenderlo en ese momento porque decía ´su amante´ y para mí ella era María” (Camus, 1942, p. 126), digo nos dice, porque, ¿a quién le cuenta su historia Meursault? Cuando en el final se dirige hacia su muerte, ¿acaso se salva de la muerte y escribe este libro? No, Camus hizo que su personaje nos hable a nosotros, al lector. Meursault le habla directo al lector, arruinando el artificio de lo verosímil; a la vez que nos muestra que Meursault, al no tener en su mundo una persona digna de escucharla, apela a nosotros, los lectores, para comprenderlo; casi con la esperanza de encontrar en ese otro mundo, el nuestro, un rayo de esperanza de difuminar tanto el absurdo y el odio hacia su persona. Como vemos, Meursault no la considera amante, tampoco futura esposa, sino María, con todo lo que eso significa. María es María. Su deseo, la mujer que lo ama, el nombre sin metáforas; sin máscaras; porque es lo que intuye Meursault, que las personas son su nombre, que evoca quién realmente son, así como el árabe es el árabe, sin darle importancia al nombre, porque no le importa el nombre (a nadie parece importarle) de alguien que en su forma vital de vivir nada significa para su vida, salvo la amenaza del cuchillo.

Dice el procurador: “Sobre todo cuando el vacío de un corazón, tal como se descubre en este hombre, se transforma en un abismo en el que la sociedad puede sucumbir” (Camus, 1942, p. 129). ¿La sociedad sucumbe por un hombre como Meursault? ¿O sucumbe por todas las personas que lo acusan de insensible, y de sus testigos que fueron conocidos, amigos, parejas, que no saben expresar la verdad pura del corazón de Meursault? La verdad de que es un hombre que vive con el corazón, que nada con el corazón, que acomete el sexo con el corazón, que no miente con el corazón. Sin dudas, es el mundo del revés.

El proceso finaliza con ser condenado a muerte. Tanto que hablaron de su alma, y que no pudo decir nada, y que se habló más de él que de su vida, él siente un vértigo, algo se desmorona. Y reflexiona, y dice que no tiene nada que decir a su sentencia.


Y el último capítulo, Meursault grita


Llegamos al último capítulo, muy rico en contenido, demasiado condensado. A veces tiene esperanzas de la apelación, le entra frío después de pensar en sus esperanzas. Tiene miedo. Tiene esperanza de no ser condenado. Pero trata de pensar que sí va a morir, porque su espíritu práctico le dice que no va a lograr salir indultado de la apelación, y por ende debe, como decía su madre, acostumbrarse; en este caso a la idea de la muerte inminente. No quiere recibir al capellán. Espera el alba despierto, porque no quiere que lo decapiten sin estar prevenido. Su oído se agudiza. Hasta él dice que se acostumbra a la muerte que le llegará pronto. Extraña a María, ¿no es acaso un hombre con corazón?

El capellán aparece, él le dice que no cree en Dios, “en cuanto a mí no quería que me ayudara y precisamente no tenía tiempo para interesarme en lo que no me interesaba” (Camus, 1942, p. 148). A punto de morir, ¿para qué interesarse en algo que no interesa si solo te quedan momentos de vida para recordar aquello que sí te interesa? Aun no se sabe lo de la apelación. Él no es como su madre, que cerca de la muerte pidió ser enterrada en terreno cristiano, él no falla a sus convicciones; al igual que su madre jamás profesó la religión, solo que él era ateo, pero su madre sucumbió al miedo, por más que él también sienta miedo, cosa que afirma. El capellán se enoja ante este determinismo de no necesitar a Dios para ser perdonado antes de morir, tanto lo molesta, que Meursault grita, consultado sobre qué vida quería llevar: “¡Una vida en la cual pudiera recordar ésta!” (Camus, 1942, p. 151) El capellán le dice que tiene el corazón seco y que rogará por él, Meursault estalla por segunda y última vez, que él siempre tuvo razón, que él eligió esto y no aquello, que el perro de Salamano valía lo mismo que su difunta mujer, que Celeste valía más que Raimundo, era mejor hombre, que todos estaban condenados, que no eran sus hermanos, que todo había sido absurdo.

Después de hacer llorar al Capellán, al despertar de su sueño tiene tiempo de pensar en el olor de la tierra, de la sal, sigue siendo un hombre vital.

Nadie tenía derecho de llorar a su madre, porque ella había encontrado que pronto moriría y la felicidad con su novio, no, ¿por qué llorar a alguien que va a encontrar el reposo? Donde lo va a “revivir todo” (Camus, 1942, p. 154),

Concluye, que ante la tierna indiferencia del mundo, en una noche que ve las estrellas, fue feliz, y lo era todavía.



Conclusión, un no a la sinopsis, y la respuesta a nuestra pregunta


Meursault para no sentirse solo, espera ver los rostros de odio el día de su ejecución, porque es ese mundo que lo rechazó todo el tiempo, el que puede acompañarlo como siempre lo ha hecho: sin comprenderlo.

Para finalizar, podemos estar de acuerdo, en que estamos en desacuerdo con la sinopsis de la contraportada del libro que hemos utilizado para hacer esta monografía, El extranjero de Albert Camus, edición Booket.

Dice así: “Extranjero en la tierra”. ¿No será acaso que los que moran la tierra son extranjeros de ella y no Meursault? ¿O acaso es un extranjero de la tierra en tanto que es el único no absurdo e indiferente de este mundo que nos relata?

Y luego prosigue inmediatamente después: “extranjero de sí mismo”. ¿No hemos demostrado que si hay algo de lo que no es extranjero Meursault es sí mismo? ¿No sabe acaso mejor que cualquiera de los personajes del libro lo que quiere? No podemos estar más en desacuerdo con esta sinopsis. Lo último a discutirle es lo siguiente: “llega al asesinato, a la prisión, al patíbulo, y no hay para él, en este inevitable proceso, ni rebeldía ni esperanza”. ¿No es acaso rebeldía el no sucumbir a la religión cuando todo el mundo le dice que ha pecado y seguro le espera el infierno por no arrepentirse?, ¿no hemos visto que siente esperanzas de ser perdonado? No, la lectura que hace la editorial es totalmente lo opuesto a lo que hemos planteado en estas páginas.

Volviendo a la pregunta inicial, sacando a la mujer autómata, a Celeste, y al hombre joven que lo mira como si se estuviese viendo a sí mismo, Meursault es el único no-indiferente de este mundo novelesco que se parece tanto a nuestra realidad en la cual vivimos. Su absurdismo del cual es víctima, podemos serlo todos. Cuanto más honesto seamos, el mundo más nos comerá. Cuanto menos atendamos a las convenciones sociales, más juzgados seremos.

La enseñanza de este libro, es que hay que llorar a nuestras madres, porque después pueden juzgarnos como criminales. Ser un hombre vital no es un pecado, es una hazaña.



Bibliografía

Camus. A. (1942) El extranjero, ed. 6°, Capital Federal, Buenos Aires, Argentina, Editorial Booket.








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