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Tío abuelo mario erwin miyakawa

Al final del trayecto. Como puma abatido

en algún bosque seco entre un parche de algarrobos y arena de desierto, está

nuestro terruño costeño vestido de palo santo, cedro y zapote. Allá lejos:

dos escopetas 16 de caza mayor que gritan desde un sueño


en la neblina. Este es el mundo subalterno.

Venado cola blanca inmóvil, superficie boscosa inmóvil,

y la mano del ojisan Manzo que surge de la laguna.

Al otro lado, más allá de este sendero,


pero flotando en el mismo Iñapari: sus perros,

que lo salvaron de las trampas de caza con aroma.

Y sus sembríos en torno a su ausencia están inmóviles,

echados en serenidad ¡Y aún así, claman!


Y el humo de su cigarro se expande perpendicularmente

-allí fluctuaba sus recuerdos en su agarrón- y el soplo

del cáncer golpea duro el organismo del que aborda.

Ascender hasta el monte de la Muerte.


Un trueno repentino y el infarto truena.

Repiquetea el silencio cual avisador.

Un trueno repentino y el infarto truena.

Hasta que se escucha, distante, golpear una puerta


lejos, en otro siglo.




 
 
 

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